Una casa
en silencio puede provocar muchas emociones diferentes, claro está,
todo depende de la clase de silencio que la ocupe. En este caso es un
silencio hostil, capaz de penetrar los huesos como el más frío
aliento de invierno. Y cada centímetro de este proviene de la
cocina, donde un antipático flexo, ilumina las dos sombras llamadas
pareja. Ambos vestidos con la parte inferior de sus pijamas, ella
apoyada sobre la mesa y el recostado sobre su silla. Intentan
recordar como dormir, lo puede parecer algo sencillo pero a veces
nuestra mente lo olvida. Y en su caso, sus mentes lo olvidaron hace
días. Ya no recuerdan el proceso biológico necesario para hallar el
descanso. Ahora mismo ni tan siquiera yo se como son capaces de
seguir moviéndose.
- Dudo que lo recordemos hoy.- Habla sin mirarlo, pero cuando hay dos personas está claro a quien te diriges.
- Sí, yo también lo dudo ¿Hacemos algo para entretenernos?- Él sí la mira, pero solo girando el cuello, lo cual le da un aire a un títere sin órdenes.
- ¿Alguna idea? Porque ya hicimos de todo.- Su voz no denota nada.
- Podríamos jugar a ´´cera´´... Es un juego que hacíamos de adolescentes. Enciendes una vela, y pones tu mano sobre ella y cada cinco segundos la vas bajando. El que aparte ante su mano pierde.- La mira esperando una reacción, no sabe si acaba de dar una idea estúpida.
- Vale, pero apostemos algo. Jugar sin apostar me aburre.- Empieza a cambiar su postura, por fin la noche cambia.
- Pues no tengo ni idea de que apostar ¿Dinero?- Hace una pequeña mueca dudosa.
- Siempre dices que debería verme como tú me ves, así que apostemos eso.- Sonríe como quien acaba de tener una gran idea.
- ¿Que apostemos nuestros ojos? Vale, será interesante.
Y como
un par de autómatas empiezan a moverse por la casa. Sus movimientos
no delatan ruido alguno, si te fijas lo suficiente podrías escuchar
sus respiraciones, lentas y seguras. No dividen las tareas,
sencillamente hacen lo que el otro no. Y terminan con todo listo: las
dos velas enfrentadas, el cronómetro del móvil, un sencillo
mechero, y un gran cuchillo. Y mientras ella prepara el cronómetro,
él enciende las velas. Se miran, asienten y empieza el tiempo.
Sus mano
no están a más de cuatro dedos sobre sus respectivas llamas. Puede
parecer una distancia segura, pero no lo es. Si no lo has
experimentando recuerda la última vez que pasaste a unos metros de
un fuego decente, empiezas a sentirte agobiado y sudoroso, te cuesta
respirar y antes de llegar a más te alejas hasta poder respirar.
Bien, pues si piensas que la pequeña llama tendrá más piedad que
la grande, te equivocas drásticamente. Con el silbato del móvil sus
manos descienden un par de centímetros. Ambos se observan, como en
un concurso de miradas donde está permitido parpadear. Los dos están
sudando y demostrando un aguante superior a la media, no solo ante su
apartado ignífugo si no también en su estupidez, tal vez sus
cerebros estén desconectados del resto de su cuerpo. Pero el hecho
es que aguantan estoicamente, aunque sus manos ya están rojas y
doloridas.
Suena el
silbato. Esta vez tardan un poco en moverse, parecen esperar la
rendición de su oponente. Ella baja su mano primero. Él no la
imita, si no que la baja más, de modo que su pareja tiene que
igualarlo. Ahora sus manos están en contacto con las llamas. Uno se
muerde el labio y la otra la lengua, ninguno quiere gritar. Muerden
con tal vigor que empiezan a sangrar, mientras la cocina se llena por
el olor a carne quemada. En su piel se forman y explotan pequeñas
ampollas. Las velas comienzan a obtener un ligero color escarlata por
la sangre derramada sobre ella. Sus respiraciones suenan como gritos
ahogados, mientras tiemblan sin control alguno. Clavan sus miradas,
pidiendo al otro una justa rendición, pero ninguno quiere ceder.
Hasta que el hombre se desmaya cayéndose de la silla y con ello,
apartando su mano.
Se
despierta pronto, su cuerpo ya no sabe como mantenerse dormido. Se
vuelve a sentar sobre su silla y las dos velas están puestas a un
lado. Su mujer lo mira con preocupación y al ver que todo está en
orden se relaja en dos tonos. Agarra el cuchillo y se levanta. Camina
hasta el otro lado de la mesa y se siente en el regazo de su pareja,
de la manera más gentil. Se dan sincero abrazo enlazado con un
húmedo beso. Al terminarlo se sonríen y ella empieza a cobrarse su
apuesta.
Diego Alonso R.
Extraordinario... simplemente eso. Una historia de terror pero muy verosímil. Me gustó muchísimo. Felicitaciones, un beso.
ResponderEliminarMuchas gracias. Espero que sigas disfrutando de mis historias, un saludo.
EliminarEso les sucedió porque tenían una vida sexual anodina.
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