Tiempo de hablar


¿Qué estoy haciendo? Es la única frase escrita en la pantalla. Su imaginación se apagó y sin ella no puede ser el escritor de antaño. Lo sabe muy bien, del mismo modo que sabe que está apunto de rendirse. Prefiere dejar de pensar, por lo que bebe otro vaso de whisky, coge el abrigo y se marcha.
Solo necesita despejarse y mantener distancias con la botella. Nunca pensó que terminaría siendo esta clase de hombre, pero siempre fue malo adivinando. Tampoco se pensaba que sería escritor y mírale. Puede que ahora no logre escribir, y que nunca fuera un autor famoso, pero era bueno ello. Tenía una sola cualidad; convertir en historias sus sueños. En ese pensamiento se sumerge al llegar al parque, donde los niños crearon la más dura guerra con bolas de nieve. Al verlos solo puede expresar una dolorida sonrisa.
Le encanta observar como su aliento se condensa en el aire. Siempre lo ha visto como la firma del invierno. La salida hace que todo pensamiento desemboque en la navidad; un pensamiento que es imposible de esquivar cuando te ves rodeado de luces, decorados y cantos. Ahora no quiere cavilar sobre ello, de modo que acelera el paso hasta casa, su pequeño búnker navideño. Tras cerrar la puerta ve que está en otro hogar, uno con tantas luces que dañan la vista. Se gira para salir pero ya no hay puerta por la que hacerlo. Ahora es cuando surge el miedo, el cual cambia rápido con la curiosidad; ve que en la mesa del centro hay dos sillas y solo una libre. Al acercarse no reconoce al ocupante, ni tan siquiera sabría resaltar algo característico, solo sabe que tiene el pelo gris y que parece bastante débil.
  • Siéntate, acabemos ya con esto.-Aunque acaba de darle una orden, lo hizo con un tono suave y casi tierno.
  • No entiendo muy bien... -Le corta con un leve gesto.
  • No estás aquí para hablar conmigo, sino con ella.-Gira la cabeza con una curiosidad perruna, lo que hace que el pelo le cubra parte del rostro.
  • Mira, ni si quiera se como he llegado aquí, solo quiero que me digas como salir, ¿entiendes?
  • Entiendo, pero tienes que hablar con ella primero. Sara no puede venir siempre.-Ese nombre rompe la curiosidad.
  • No sé quien eres pero esto no tiene ni puta gracia, así que dime como irme de aquí.-Esta frotando las manos, siempre lo hace cuando se pone nervioso.
  • Pero tenéis que hablar o no podré volver contigo.
  • Vale, está claro que estás loco, buscaré la salida por mí mismo.-Se da la vuelta sin saber si está extrañado o mosqueado. Pero escucha los sollozos y al girarse no puede evitar sentirse mal.
  • No entiendo que está pasando pero no hace falta que llores...
  • No soporto verte así.-Nada más escuchar esa voz su mente deja de funcionar. Se acerca y con suavidad le aparta el pelo del rostro.
  • ¿Sara? No puede ser, ¿cómo? No llores por favor, deja de llorar...
  • Lo haré en cuanto lo aceptes.
  • ¿Aceptarlo? No puedo, tú eras la fuerte de los dos.
  • Sí que puedes, acéptalo por favor, deja que me vaya.- Hasta entonces no se había dado cuenta, tal vez no estuviera llorando si no atrapándola.- Lo sé, pero tienes que seguir.
  • No quiero seguir viviendo así, prefiero irme contigo.- Ella le acaricia la cara con ternura.
  • No, tu felicidad te está esperando. Ya estabas con ella antes de conocerme y podréis seguir juntos. Solo tienes que decir adiós.
  • Siempre he odiado que tengas razón...- Sus ojos se miran por primera vez en años y sigue siendo lo mismo. Y tras un breve y vital beso, se abrazan de tal manera que no necesitan decir nada más.
Mira alrededor y las luces han desaparecido, la puerta está de nuevo y ha recordado a su amiga de cabello gris. Así que se limpia las lágrimas y busca su ordenador; tiene que escribir, no quiere olvidarla. 



Diego Alonso R.

Comentarios

  1. Y si la añoranza es insalvable siempre la puede invocar a través de la Ouija. Pero solo en casos extremos; no conviene abusar de según qué oscuras artes.

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    1. Es cierto que la añoranza puede ser dura de llevar, cada persona lo afronta como puede. ¡Gracias por la lectura! Un saludo.

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