Cuando un reloj se lleva un gran golpe, corres el riesgo de
que se rompa y no importa que lo arregles, no volverá a ser igual. Pues a los
pianistas nos sucede lo mismo. Sí, soy el reloj estropeado.
Nunca pensé en ser pianista, pero tampoco me imaginé siendo
otra cosa. Supongo que en el fondo de mí siempre supe que nací para ello. Se
que eso puede sonar muy egocéntrico, pero no lo digo con esa intención. Es solo
que todo en mi vida formaba parte del piano antes de que yo me sentara ante él.
Mis padres no son músicos, de modo que no me inculcaron nada. Pero les
encantaba verme tocar, en el escenario o en casa, de manera pública o familiar.
Puedo recordar la primera vez que toqué gracias a sus caras. Tenía seis años y
fuimos a una especie de ´´local para músicos´´ donde cualquiera podía subir al
escenario y tocar. Estaba actuando un pianista y me acerqué para verlo, sin
darme cuenta que subía al escenario. Me dejó tocar y yo repetí lo que le vi
hacer, al parecer lo hice bien para mi edad. Fue cuando empezaron a mirarme
diferente.
Me gustaba esa mirada, maldita sea me encantaba esa mirada.
Sin darme cuenta estaba formándome como pianista. Pronto alcancé a los más
avanzados, y no tardé en empezar a superarles. Despreciaba la teoría (por muy vital que sea) pero en la práctica era otra historia. Mis manos no
eran controladas por mí, nunca las movía de forma consciente, no tenía que
pararme a pensar. Mi mente y cuerpo se fundían. Bailaban juntos sobre las
teclas y era maravilloso. Podía pasarme horas tocando, hasta que el cansancio
me alcanzaba como un tsunami. Una amiga me dijo que mi música sonaba como un
abrazo, es lo más bello que jamás me han dicho. El problema radica en que ahora
solo soy capaz de crear una sinfonía de alaridos.
La música es mucho más que tocar las teclas en el orden
correcto. Tienes que lograr que los demás sientan lo que llevas dentro. Tal vez
por eso sueno así. Hace un año sufrimos un accidente de coche. Al final todo
salió bien pero yo tuve problemas, no podía ni sujetar un vaso. Tras muchos
meses de rehabilitación me dijeron que estaba curado. Y es cierto, puedo usar
mis manos como antes. Pero ya no puedo tocar, cada vez que lo intento fracaso
por el mismo motivo. No soy capaz de escuchar mi música. Todo el mundo puede
escucharla excepto yo. Es como si algo me castigase desde aquel día, como si
algún dios del karma me estuviera pisando. Si no me escucho no sé que estoy
tocando. Y tal vez sea mejor así, que no pueda escuchar no significa que no
pueda ver como me miran. Miedo, tristeza, lástima. Esa no es la mirada que quiero.
Antes del accidente mi madre solía pedirme que tocase para ella, le gustaba
escuchar la adaptación ´´Mal de amores´´
de Rachmaninoff, ahora ni lo menciona. He abandonado a mi piano y empiezo a
despreciar a los demás por mirarme con lástima, y luego me desprecio a mí por
pensar eso del resto. Es un círculo que va tragándome, al menos espero que
pueda volver a tocar antes de alcanzar el fondo.
Diego Alonso R.
Comentarios
Publicar un comentario